No fue de un día para otro.
En realidad, fue tan sutil que no lo notamos al principio.
La rutina había empezado a comernos.
Éramos de esas parejas que se aman profundamente, pero cuyas noches se habían vuelto predecibles.
Besos rápidos, caricias mecánicas, sexo sin pasión... si es que había sexo.
Lo que alguna vez fue eléctrico, se había vuelto silencioso.
Ninguno quería aceptarlo en voz alta, pero ambos lo sentíamos.
Hasta que una noche, en medio de una conversación honesta, algo cambió.
Él lo dijo sin rodeos:
—¿Y si probamos algo nuevo?
No fue una propuesta vulgar ni desesperada.
Fue un llamado.
Un grito silencioso para salvar lo que estábamos perdiendo.
Nos tomó días decidirnos.
Entre risas nerviosas y miradas cómplices, terminamos comprando un juguete para parejas.
No algo extremo. Algo sencillo: un pequeño vibrador que podía usarse durante el sexo.
Cuando llegó, los nervios se apoderaron de mí.
¿Y si no me gustaba?
¿Y si era raro?
¿Y si nos alejaba más?
Pero esa noche, decidimos simplemente probar.
Cuando lo encendió por primera vez, todo cambió.
Su cuerpo sobre el mío.
La vibración sutil contra mi clítoris mientras él me penetraba lentamente.
Sus ojos mirándome con una mezcla de deseo y curiosidad.
Sentí un sacudón inmediato en mi interior.
Cada empuje se amplificaba.
Cada vibración enviaba olas de placer que parecían reescribir la forma en que entendía el sexo.
Mi respiración se volvió errática.
Mis caderas comenzaron a moverse solas.
Sus gemidos se mezclaron con los míos, más intensos de lo que habían sido en años.
No era solo el juguete.
Éramos nosotros, redescubriéndonos.
El primer orgasmo me tomó por sorpresa.
Grité su nombre, arañando su espalda, temblando mientras el vibrador seguía su trabajo.
Él vino segundos después, enterrándose profundamente dentro de mí mientras dejaba escapar un rugido ahogado.
Caímos rendidos.
No hablamos.
Solo nos miramos.
Sabíamos que acabábamos de cruzar un umbral.
Desde esa noche, algo se encendió de nuevo.
El juguete se convirtió en nuestro cómplice silencioso.
Una excusa para jugar, para reír, para atrevernos.
No porque el sexo sea todo en una relación, pero porque el sexo es un espejo.
Y nosotros, que nos estábamos apagando, habíamos vuelto a brillar.
Hoy, cuando miro ese pequeño vibrador en la mesita de noche, no veo solo un objeto.
Veo la chispa que nos devolvió la pasión.
Veo amor, deseo, conexión.
Y lo volvería a elegir mil veces.