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Relato erótico: Encuentro celestial bajo la luna

Relato erótico: Encuentro celestial bajo la luna

La noche se había vestido de un silencio que quemaba.
El cielo estaba limpio, la luna llena reinaba absoluta, testigo de los deseos más ocultos que estaban por desatarse. 

No éramos pareja.
Ni siquiera amantes todavía.
Éramos dos desconocidos que llevaban horas coqueteando con la mirada, rozando los límites de lo permitido con sonrisas que sabían exactamente lo que querían.

Cuando por fin se acercó, no hubo conversación.
No la necesitábamos.
Me tomó de la nuca con firmeza, atrayéndome hacia su boca.
Sus labios fueron todo menos delicados.
Eran hambre, urgencia, necesidad.
La lengua se deslizó entre mis labios como una promesa sucia que me hizo estremecer.

Mis pezones se endurecieron al instante.
No por el frío, sino por la mezcla de excitación y descaro.
Sus manos descendieron sin pedir permiso, invadiendo cada rincón de mi cuerpo hasta llegar entre mis piernas.

Estaba húmeda.
Demasiado húmeda.
Sus dedos se deslizaron fácilmente por mis pliegues, explorando, jugando con mi hinchado clítoris mientras yo jadeaba contra su boca, temblando de anticipación.

No éramos suaves.
No éramos tiernos.
Éramos pura lujuria envuelta en deseo contenido.

En un movimiento ágil, me giró y me empujó contra un árbol.
La corteza áspera contrastaba deliciosamente con su piel tibia presionando contra mi espalda desnuda.
Su lengua trazó un camino ardiente por mi cuello mientras sus dedos seguían trabajando entre mis piernas, implacables, hasta que mis rodillas casi flaquearon.

—Te quiero gemiendo para mí —susurró en mi oído, y fue una orden más que una petición.

Me separó apenas lo suficiente para bajarse los pantalones.
Lo sentí frotarse contra mí. Su erección era tan firme que rozó mi entrada húmeda arrancándome un gemido urgente.

Sin más preámbulo, se empujó dentro.
Profundo.
Brutal.
Llenándome de golpe, arrancando de mis labios un grito ahogado que resonó en la soledad de la noche.

Sus embestidas eran rítmicas, feroces.
Cada golpe me empujaba más contra el árbol.
El placer era puro, crudo.
Me sentía usada... y adoraba cada segundo.

La luna iluminaba su rostro retorcido en placer mientras me follaba sin piedad.
Yo apenas podía pensar.
Solo sentía.
Cada movimiento me acercaba más al borde.

Cuando mi orgasmo me golpeó, fue explosivo.
Grité su nombre, apretando mis paredes a su alrededor mientras él también se perdía en su clímax, llenándome hasta el fondo.

Nuestras respiraciones eran desordenadas, pesadas, mientras nos derrumbábamos juntos sobre la hierba húmeda.

No dijimos nada.
Solo sonreímos como dos almas que acababan de fundirse en una danza salvaje y celestial.

La luna seguía ahí.
Observando silenciosa, cómplice de una noche en la que los cuerpos hablaron más que las palabras.

Y aunque nos vestimos después, sabíamos que algo había quedado desnudo para siempre entre nosotros.

Fin del relato.

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